Este mes en Adictos a la Escritura nos tocó hacer un ejercicio muy interesante llamado "Dos plumas" que ha consistido en escribir un relato entre dos personas.
Creo que a mi compañera, Cristina, y a mi nos ha ido muy bien juntas, en seguida nos pusimos en contacto y día tras día fuimos trabajando en el relato.
Primero hablamos de nuestros gustos para decidir el género que queríamos para nuestro relato y después fuimos escribiendo párrafos que luego la otra continuaba.
Escribir con otra persona me ha dado cierta tranquilidad, normalmente cuando escribo sola siento presión y temor por si no se me ocurre nada o no llego a tiempo a el día de publicación, pero al hacerlo con una compañera sabía que el relato tomaría buena forma y estaría a tiempo.
Espero que a los otros compañeros de Adictos les haya ido igual de bien.
Y ahora, os dejo con nuestro relato al que hemos titulado "Perdón".
También podéis leerlo en el blog de mi compañera: http://cristinargou.blogspot.com.es
PERDÓN
No podía respirar.
Ningún sonido llegaba a sus oídos. No sentía ningún tipo de tacto. Solo el
sentido de la vista, nublado; el gusto con sabor metálico y el olor nauseabundo
podían darle una idea de donde estaba y en qué condiciones.
Trató de moverse sin coordinación
alguna provocando que se marease y vomitase algo pegajoso por un tubo de
plástico pegado a su tráquea.
Solo deseaba salir de
aquella pesadilla, o al menos recordar algo de lo que había ocurrido.
No podía ver a nadie a
su alrededor, intentó hablar con mucha dificultad. Aquel tubo en su boca
empezaba a causarle pudor, ni siquiera era capaz de saber si le salía la voz.
Cerró los ojos con fuerza
y trató de enfocar su vista inútilmente. Allí yacía tendida en el suelo frío,
sin posibilidades de escapar.
Con la poca visibilidad
que tenía logró llevar su mano derecha a su garganta, la tocó sin llegar a
saber qué había ocurrido ni por qué no sentía nada. Solo tenía la prueba de su
mano llena de sangre y vómito.
Un recuerdo le llegó
como un rayo y con mirada asustada; aterrorizada, se inclinó lo suficiente como
para quedar sentada para ver una masa deforme donde deberían estar sus piernas
y el líquido blanco con olor repugnante mezclado con la sangre.
Lloró hasta no poder
más, esperando que alguien viniera a salvarla de aquella pesadilla
interminable, los segundos parecían minutos y los minutos horas. Nadie parecía
escucharla, la espera se hacía eterna.
Finalmente escuchó como
una puerta se abría lentamente y seguidamente por fin se encendió la luz
fluorescente de aquella terrible sala de tortura.
El horror fue entonces
mucho peor, a sus lados no había más que cadáveres de otras chicas jóvenes como
ella y sin piernas.
Observó a aquel ser.
Estaba segura de que esa era la persona; no, el monstruo que le había hecho a
ella y a todas esas otras mujeres como ella.
–Por favor déjame ir
–pidió –te prometo que no se lo contaré
a nadie.
–Todas me pedís lo
mismo –respondió con su ronca voz –pero es imposible. Una vez entráis en esta
habitación no podéis salir.
– ¿Por qué haces esto?
–Preguntó llorosa.
–Sois todas tan
idénticas, siempre las mismas preguntas, empiezo a estar cansado –dijo mientras se sentaba en una silla sin
mirarla a los ojos – ¿Sabes una cosa?
Ninguna de vosotras logra comprenderme.
Mientras el hombre
vagaba en sus pensamientos ella pensaba en una forma de lograr escaparse.
–Yo no soy como las
demás– contestó con voz firme –yo veo arte en lo que hace.
El hombre miró sus ojos
avellana e intrigado por aquel comportamiento se acercó a ella con paso firme
pero dubitativo.
– ¿Y dónde ves arte en
esta sala? – preguntó.
–En la forma en como ha
colocado los cuerpos, por ejemplo –explicó ella –se nota que ha estudiado muy
bien cómo colocar cada uno de ellos. Ha preparado usted su escenario con
delicadeza y
vigilando cada detalle.
–Interesante… Pero no
me hables de usted. ¿Cómo te llamas?
–Raquel – Dijo
sorprendida. Aquel hombre, el mismo que la había dejado sin piernas, estaba
cada vez más cerca de ella. Tenía miedo. Le atemorizaba acabar muerta como las demás.
Pero debía mantenerse tranquila, seguir el juego para aprovechar la más mínima
posibilidad de escapar que pudiera surgir.
– ¿Y qué te parece la
idea de cortar piernas? –Preguntó mientras acariciaba sus muñones– ¿Te gusta?
Realmente aquello la
pilló por sorpresa, se estremeció ante el tacto de su mano, solo esperaba que
él no notara su miedo.
–Es algo original –dijo
con una sonrisa fingida – y se nota que sabes lo que haces. No siento ningún
tipo de dolor.
–Quizá tengas razón y
seas diferente – dijo él alejándose un poco de ella, provocándole un pequeño
alivio en su interior. –En todo caso tendré que descubrirlo, así que dejaré que
vivas de momento.
No se atrevió a
pronunciar palabra, se estaba quedando sin argumentos y sin fuerzas para seguir
ocultando el miedo. No quería morir.
–Volveré más tarde y no
intentes hacer nada raro– dijo antes de marcharse –Por cierto. Me llamo Denis.
Una vez se aseguró de
que Denis se había alejado rompió a llorar. ¿Cómo iba a escapar de ese lugar?
Aquellos cadáveres que la rodeaban parecían ser a cada minuto más horribles y
más repugnantes.
“Piensa, Raquel,
piensa. Nada es imposible” se decía para sí misma intentando calmarse.
Entonces miró su brazo
en el que una vía le pasaba suero. Contó hasta tres y de un tirón se sacó la
aguja, no era una gran arma, pero podía servir. Después se recolocó el tubo del
suero con la esperanza de que su secuestrador no se percatara de lo que había
hecho.
De tanto esperar logró
quedarse dormida, o bien inconsciente, era difícil diferenciarlo en aquellas
circunstancias.
Por fin se volvió a
abrir la puerta de la sala en la que estaba, pero esta vez Denis no venía solo.
Arrastraba una silla de ruedas en la que una joven pelirroja yacía
inconsciente.
–Te he traído una
sorpresa – le dijo. –Te voy a enseñar lo que les hice a todas estas chicas y lo
que te hice a ti, si lo aguantas sabré que eres diferente.
No podía creer lo que
decía ese monstruo, ni podía permitir que esa chica sufriera lo mismo que ella,
pero solo pudo asentir.
Denis se sentó sobre la
chica pelirroja en la silla y comenzó a besarla, era repugnante el pensar que
había hecho lo mismo con todas las demás y con ella misma. Tenía que pararlo
antes de que llegara más lejos.
– ¡No, para! –exclamó
temiendo su reacción.
–Lo sabía, eres igual
que todas las demás.
–No, no es eso… Es que
no puedo dejar que hagas con ella lo mismo que has hecho conmigo, quiero ser la
única que te de placer. –Dijo casi sin pensar.
Denis sonrió y entonces
se abalanzó sobre ella para besarla. Varias cosas cayeron al suelo provocando
sonidos insoportables. Se dejó besar y manosear por aquel asesino hasta que se
percató de que la chica pelirroja despertaba, sobresaltada pero sin producir un
solo sonido observó la situación.
Raquel la miró, después
dirigió la mirada hacia la puerta. Quería que se marchara, no le importaba
sacrificarse por ella. Pero la chica pelirroja negó con la cabeza, no escaparía
y la dejaría allí sola. Miró a su alrededor y encontró una tubería rota que
había en el suelo.
Con decisión logró
soltarse de las amarras que Denis le había puesto para mantenerla quieta en su
silla y se puso de pie. Sin embargo sus piernas fallaron y volvió a caer en la
silla. Aquel pequeño ruido alertó al depredador dándole la oportunidad perfecta
a Raquel de clavarle la diminuta pero perfilada aguja en un lugar vital del
cuello de su secuestrador.
– ¡Corre! –Fue el grito
que había reprimido por tantas horas lo que empujó a la pelirroja a coger
fuerzas y, tirándose al suelo, arrastrarse por encima de los cadáveres para lograr
llegar a la tubería.
Denis agarró el cuello
de Raquel, apretándolo con tanta fuerza que logró dejarla inconsciente en
apenas unos segundos. Se quitó la aguja de un tirón y miró con enormes ojos de
deseo a la joven que acababa de coger la tubería.
Con un giro sobre sí
misma logró golpear en la cabeza al hombre dejándolo inconsciente. Sin embargo
ella sabía que no tenía tiempo.
Miró con ojos asustados
a Raquel y luego a la silla de ruedas. Tenía que salvarla. Con gran esfuerzo y
aferrándose a las paredes, se movió junto con la silla hacia Raquel.
Al llegar a su lado la
zarandeó y la echó encima de la silla. Se sentó sobre ella y, con toda la
fuerza que tenía, movió la silla empujando las ruedas con sus manos.
Había logrado llegar al
pasillo cuando Raquel comenzó a toser sangre y un grito gutural retumbó con el
despertar de la bestia.
Los nervios y el miedo
crearon la mezcla perfecta provocando la caída de ambas de la silla.
Las lágrimas saltaron
de los ojos de la pelirroja y se aferró a las manos de su compañera, tirada a
su lado.
Raquel negó en
respuesta, proporcionándole paz a su conciencia, pues sabía que aquello
terminaría ahí y en ese mismo momento.
La joven giró su cabeza
observando la sombra que llegaba con rapidez hacia ellas. No lograba distinguirlo,
pero sabía que era un hombre. Era él.
Apretó con fuerza las
manos de la fallecida sin siquiera saber que lo estaba y cerrando fuerte los
ojos solo fue capaz de susurrar:
–Perdón.
Autoras:
Cristina Argibay
Nerea García
¡uf! vaya con el relato, me habeis tenido hasta el final en un suspense aunque un poco macabro. Me hubiera gustado que el final hubiera sido mas malefico que todo lo anterior, seria del todo sobrecogedor. Muy bien por el relato, me ha gustado y tambien las descripcionaes de los personajes. Un abrazo. Te pongo lo mismo.
ResponderEliminarAterradoramente encantador y muy interesante, cuando pensé que se salvarían la caída. Felicitaciones :)
ResponderEliminarRealmente aterrador, buen trabajo.
ResponderEliminarSaludos
Me mantenido expectante hasta el final.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo!