18 mayo 2015

Proyecto Adictos a la Escritura Abril/Mayo . Desarrollando el micro FASE B

¡Muy buenas!
Hoy os traigo la segunda fase del ejercicio Desarrollando el micro de Adictos del que os hablé y enseñé la primera fase el mes pasado. 
Antes que nada pido disculpas por presentar mi relato sin estar debidamente revisado pero por falta de tiempo lo he escrito a ultima hora y no quería que la compañera Mariana se quedara sin el desarrollo de su micro. 

Este es el micro de Mariana: 

Había algo en ella, todos lo sabían. Esa sonrisa, esa mirada, ella sabía algo que tú no sabías. Jazmín, así la llamaban. O Elena. O María. Otros nombres más, seguramente, ¿cómo acordarse de todos? A veces sus cabellos eran largos y llenos de rizos, a veces (como en este instante) de color negro azabache, que apenas rozaban sus hombros. No era necesario que la mirases más de dos veces para notar que algo andaba mal con ella, muy mal.
 No importa cuan curioso seas, es mejor que no sepas su secreto. Después de todo, nadie que lo haya averiguado ha vivido para contarlo.


Os invito a todos a pasar por su blog: http://debellezayotrasdrogas.blogspot.com.ar



Y aquí está mi relato en el cual he desarrollado esta pequeña historia: 


Esta vez nos habíamos metido en un lío de verdad, Papá no nos perdonaría más.
Mi hermana melliza Lena y yo, Glen, nos acabábamos de cargar el ventanal del salón por segunda vez en el mismo mes.
Papá ya nos había avisado un mes antes cuando dejamos la cocina patas arriba “Ya no sois niños, tenéis trece años, es hora de que seáis adultos y si para ello necesitáis mano dura llamaré a quién sea necesario para que sentéis la cabeza de una vez” fueron sus palabras exactas.
Así que cuando nos hizo llamar a su despacho nos temimos que nos caería una buena bronca.
Pasamos a la sala, todo era silencio, incomodo silencio que nos tenía con un nudo en la garganta tanto a mí como a mi hermana.
– He decidido que no os voy a regañar – dijo papá sorprendiéndonos a los dos. –Lo que vosotros necesitáis no son más regañinas. Tenéis que madurar y creo que necesitáis ayuda, así que a partir de ahora se acabó el jugar. Mañana vendrá la institutriz a la que he contratado.
Lena y yo nos miramos, confusos, sin saber que decir.
–Pero papá –dijo ella.
–No repliques señorita, con esto no hay opción. Mañana os quiero preparados en el salón a primera hora.

Lena y yo salimos del despacho resignados. Temíamos a esa institutriz, siempre habíamos jugado y deambulado libremente por nuestra casa, ahora todo iba a cambiar.
–Bueno Glen, quizá no sea tan mala esta institutriz.
–Lena, ya lo dice la palabra, institutriz. ¡Que instruye! Habrá muchas normas que cumplir.
–Espero que no sea para tanto, empiezo a preocuparme.

Al día siguiente como ordeno nuestro padre estuvimos en el salón bien puntuales, con mudas limpias y buena compostura. El sonido del reloj resonaba en el silencioso salón, yo estaba nervioso, tenía un mal presentimiento y Lena tampoco estaba muy tranquila.
Después de esperar durante unos eternos minutos la gran puerta se abrió para dar paso a mi padre y a aquella misteriosa mujer de cabellos negros y mirada misteriosa.
–Bien, le presento a mis hijos Glen y Lena. –Dijo papá.
–Bien chicos, es un placer conoceros –su expresión, su tono de voz, su mirada, era casi aterradora.
–E… Encantada –Consiguió decir Lena, temerosa por la presencia de la nueva allegada.
–Mi nombre es Elena, seré vuestra institutriz. Así que desde ya van a cambiar muchas cosas en esta casa y en vuestra actitud.
–Bien, yo me retiro –dijo papá –Si me necesita señorita, estaré en mi despacho.
En cuanto mi padre salió la institutriz sacó un látigo de su gran bolsa negra, Lena contuvo la respiración por un momento, aquella mujer la estaba asustando cada vez más.
–Lo primero que debéis saber es que si he de usar este látigo no lo dudaré ni un solo segundo –dijo pasando el látigo por mi cuerpo, poniéndome aún más nervioso. –Si rompéis una sola norma lo usaré tantas veces como sea conveniente. ¿Entendido?
Los dos asentimos.
–En segundo lugar os dirigiréis siempre a mí como Señora Institutriz, y por último pero no menos importante, acataréis mis órdenes sin discusión. ¿Entendido?

Aquél primer día fue espantoso, la institutriz nos tuvo todo el día haciendo tareas, limpiando la casa, el establo e incluso cargar con las pesadas cajas de comida que nos acababan de enviar de la ciudad.
–Perdone Señora Institutriz son las cinco –le informe.
–¿Y qué ocurre muchacho?
–A las cinco es la hora del té que tomamos con mi padre, Señora Institutriz, pensé que le habría informado. –Dije intentando parecer seguro de mí mismo.
­–Oh, cierto… Lástima que crea que ese té no es conveniente. Sigue limpiando.
–¡Me niego! –Gritó Lena sorprendiéndonos a los dos –Mi padre jamás permitiría esto. Siempre tomamos el té juntos desde que murió mamá.
–Pequeña y rebelde niña, pensé que no tendría que hacer esto el primer día… – Y con el látigo le dio tan fuerte que Lena cayó al suelo inconsciente, cuando me interpuse fui yo el que recibió el segundo golpe.

A partir de ese momento todos los días fueron yendo a peor, intentamos hablar con mi padre y no nos creyó, dijo que si recibíamos un castigo era por nuestro bien, estaba irreconocible. Ya nunca tomaba el té con nosotros, lo tomaba con ella, con Elena la institutriz. Mientras nosotros hacíamos las pesadas tareas que nos imponía.
Nuestro padre parecía estar sometido a la voluntad de aquella cruel mujer, no entendíamos por qué. Hasta que un día escuchamos cuchichear al servicio.
–No me gusta nada que el señor tenga relaciones con esa mujer –dijo la cocinera, Lena y yo escuchábamos escondidos, estupefactos.
–Verás, me he estado informando y esa tal Elena no es de fiar, quizá ni si quiera se llame así –le contó la asistenta.
– ¿Qué?
–Según mi hermana le han hablado de ella, la expulsaron de una ciudad no muy lejana aquí, no se sabe por qué, pero allí se hacía llamar Jazmín y todo el mundo la temía.
En ese momento la institutriz entró sorprendiéndolas.
–Cuchicheando sobre mi ¿Señoras?
–No, no, por favor Señorita Elena nosotras no queríamos ofenderla… –intentó excusarse la cocinera.
–¡Calla miserable! –Gritó propinándole una bofetada. –Os arrepentiréis de esto.

Por la noche todo parecía tranquilo hasta que Lena despertó sonámbula, cuando me di cuenta ya había salido de la habitación. No podía permitir que la institutriz la encontrara, teníamos prohibido salir de la habitación por las  noches. Pude encontrarla en el pasillo.
–Lena, volvamos a la cama. –Escuché unos pasos que hicieron que nos escondiéramos y que Lena despertara.
–¿Qué está pasando? ¿Qué hacemos aquí?
–Tranquila, estabas sonámbula. –La calmé. –Ahora silencio…
Elena pasó por el pasillo entonces para colarse en la habitación de la asistenta, cuando salió llevaba en su mano un cuchillo ensangrentado.
–Tenemos que avisar a papá. –Dijo Lena. Tenía razón, esto había llegado demasiado lejos. Una vez que Elena se alejó corrimos a la habitación de papá, pero no estaba.
Escuchamos unos pasos de nuevo y temiendo que no fuera nuestro padre el que entrara por esa puerta nos escondimos en el armario.

Entraron juntos, besándose, quitándose la ropa. No podíamos creer que nuestro padre tuviera una relación con la institutriz, pero ahora entendíamos su sumisión.
Mi padre se giró un momento para quitarse los pantalones, cuando ella sacó de nuevo el cuchillo para apuñalarle.
–¡Alto! –Gritó Lena saliendo del armario. Mi padre al ver a la desnuda mujer con el cuchillo intentó golpearla para desarmarla pero ella, hábil, logró esquivarle.
–Ya sabéis todos mi secreto –dijo con una risa enloquecida. –Sí, soy una asesina, soy Jazmín, o en otros pueblos María, o como aquí Elena. Pero sea quien sea, me llame como me llame mataré, siempre mataré.
–Hijos, recordad siempre que os quiero y perdonadme por este error. Ahora corred. –Esas fueron las últimas palabras de mi padre, quién se abalanzó hacía aquella horrible mujer para ser cruelmente apuñalado.

Con lágrimas en los ojos y tirando de mi hermana salimos corriendo de nuestra casa mientras la institutriz apuñalaba una y otra vez a ya el cuerpo sin vida de nuestro padre.
Lejos de allí pudimos emprender una nueva vida, aunque fue difícil superarlo jamás nos abandonamos el uno al otro y eso nos hacía fuertes. Solo rezamos por qué nuestro padre descansara en paz y aquella horrible asesina no volviera a encontrarnos nunca más.

Vivir sin miedo era difícil, si una nueva llegada tenía por nombre Jazmín, María o Elena el pulso se nos aceleraba pues jamás se supo dónde se fue ese demonio ni dónde se esconde, solo se supo y se contó la historia de Jazmín, la asesina institutriz. 

1 comentario:

  1. Me ha gustado tu relato, cuando comence a leerlo pense que te ibas de la idea del micro pero cuando he leido lo de institutriz me di cuenta por donde querias ir. Aunque luego al final le matas al padre. Me ha gustado por lo inesperado, las descripciones las bordas. Un abrazo.

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