Hoy os traigo la segunda fase del ejercicio Desarrollando el micro de Adictos del que os hablé y enseñé la primera fase el mes pasado.
Antes que nada pido disculpas por presentar mi relato sin estar debidamente revisado pero por falta de tiempo lo he escrito a ultima hora y no quería que la compañera Mariana se quedara sin el desarrollo de su micro.
Este es el micro de Mariana:
Había algo en ella, todos lo sabían. Esa sonrisa, esa mirada, ella sabía algo que tú no sabías. Jazmín, así la llamaban. O Elena. O María. Otros nombres más, seguramente, ¿cómo acordarse de todos? A veces sus cabellos eran largos y llenos de rizos, a veces (como en este instante) de color negro azabache, que apenas rozaban sus hombros. No era necesario que la mirases más de dos veces para notar que algo andaba mal con ella, muy mal.
No importa cuan curioso seas, es mejor que no sepas su secreto. Después de todo, nadie que lo haya averiguado ha vivido para contarlo.
Os invito a todos a pasar por su blog: http://debellezayotrasdrogas.blogspot.com.ar
Y aquí está mi relato en el cual he desarrollado esta pequeña historia:
Esta
vez nos habíamos metido en un lío de verdad, Papá no nos perdonaría más.
Mi
hermana melliza Lena y yo, Glen, nos acabábamos de cargar el ventanal del salón
por segunda vez en el mismo mes.
Papá
ya nos había avisado un mes antes cuando dejamos la cocina patas arriba “Ya no
sois niños, tenéis trece años, es hora de que seáis adultos y si para ello
necesitáis mano dura llamaré a quién sea necesario para que sentéis la cabeza
de una vez” fueron sus palabras exactas.
Así
que cuando nos hizo llamar a su despacho nos temimos que nos caería una buena
bronca.
Pasamos
a la sala, todo era silencio, incomodo silencio que nos tenía con un nudo en la
garganta tanto a mí como a mi hermana.
–
He decidido que no os voy a regañar – dijo papá sorprendiéndonos a los dos. –Lo
que vosotros necesitáis no son más regañinas. Tenéis que madurar y creo que
necesitáis ayuda, así que a partir de ahora se acabó el jugar. Mañana vendrá la
institutriz a la que he contratado.
Lena
y yo nos miramos, confusos, sin saber que decir.
–Pero
papá –dijo ella.
–No
repliques señorita, con esto no hay opción. Mañana os quiero preparados en el
salón a primera hora.
Lena
y yo salimos del despacho resignados. Temíamos a esa institutriz, siempre
habíamos jugado y deambulado libremente por nuestra casa, ahora todo iba a
cambiar.
–Bueno
Glen, quizá no sea tan mala esta institutriz.
–Lena,
ya lo dice la palabra, institutriz. ¡Que instruye! Habrá muchas normas que
cumplir.
–Espero
que no sea para tanto, empiezo a preocuparme.
Al
día siguiente como ordeno nuestro padre estuvimos en el salón bien puntuales,
con mudas limpias y buena compostura. El sonido del reloj resonaba en el
silencioso salón, yo estaba nervioso, tenía un mal presentimiento y Lena
tampoco estaba muy tranquila.
Después
de esperar durante unos eternos minutos la gran puerta se abrió para dar paso a
mi padre y a aquella misteriosa mujer de cabellos negros y mirada misteriosa.
–Bien,
le presento a mis hijos Glen y Lena. –Dijo papá.
–Bien
chicos, es un placer conoceros –su expresión, su tono de voz, su mirada, era
casi aterradora.
–E…
Encantada –Consiguió decir Lena, temerosa por la presencia de la nueva
allegada.
–Mi
nombre es Elena, seré vuestra institutriz. Así que desde ya van a cambiar muchas
cosas en esta casa y en vuestra actitud.
–Bien,
yo me retiro –dijo papá –Si me necesita señorita, estaré en mi despacho.
En
cuanto mi padre salió la institutriz sacó un látigo de su gran bolsa negra,
Lena contuvo la respiración por un momento, aquella mujer la estaba asustando
cada vez más.
–Lo
primero que debéis saber es que si he de usar este látigo no lo dudaré ni un
solo segundo –dijo pasando el látigo por mi cuerpo, poniéndome aún más nervioso.
–Si rompéis una sola norma lo usaré tantas veces como sea conveniente. ¿Entendido?
Los
dos asentimos.
–En
segundo lugar os dirigiréis siempre a mí como Señora Institutriz, y por último
pero no menos importante, acataréis mis órdenes sin discusión. ¿Entendido?
Aquél
primer día fue espantoso, la institutriz nos tuvo todo el día haciendo tareas,
limpiando la casa, el establo e incluso cargar con las pesadas cajas de comida
que nos acababan de enviar de la ciudad.
–Perdone
Señora Institutriz son las cinco –le informe.
–¿Y
qué ocurre muchacho?
–A
las cinco es la hora del té que tomamos con mi padre, Señora Institutriz, pensé
que le habría informado. –Dije intentando parecer seguro de mí mismo.
–Oh,
cierto… Lástima que crea que ese té no es conveniente. Sigue limpiando.
–¡Me
niego! –Gritó Lena sorprendiéndonos a los dos –Mi padre jamás permitiría esto. Siempre
tomamos el té juntos desde que murió mamá.
–Pequeña
y rebelde niña, pensé que no tendría que hacer esto el primer día… – Y con el
látigo le dio tan fuerte que Lena cayó al suelo inconsciente, cuando me
interpuse fui yo el que recibió el segundo golpe.
A
partir de ese momento todos los días fueron yendo a peor, intentamos hablar con
mi padre y no nos creyó, dijo que si recibíamos un castigo era por nuestro
bien, estaba irreconocible. Ya nunca tomaba el té con nosotros, lo tomaba con
ella, con Elena la institutriz. Mientras nosotros hacíamos las pesadas tareas
que nos imponía.
Nuestro
padre parecía estar sometido a la voluntad de aquella cruel mujer, no entendíamos
por qué. Hasta que un día escuchamos cuchichear al servicio.
–No
me gusta nada que el señor tenga relaciones con esa mujer –dijo la cocinera,
Lena y yo escuchábamos escondidos, estupefactos.
–Verás,
me he estado informando y esa tal Elena no es de fiar, quizá ni si quiera se
llame así –le contó la asistenta.
–
¿Qué?
–Según
mi hermana le han hablado de ella, la expulsaron de una ciudad no muy lejana
aquí, no se sabe por qué, pero allí se hacía llamar Jazmín y todo el mundo la
temía.
En
ese momento la institutriz entró sorprendiéndolas.
–Cuchicheando
sobre mi ¿Señoras?
–No,
no, por favor Señorita Elena nosotras no queríamos ofenderla… –intentó
excusarse la cocinera.
–¡Calla
miserable! –Gritó propinándole una bofetada. –Os arrepentiréis de esto.
Por
la noche todo parecía tranquilo hasta que Lena despertó sonámbula, cuando me di
cuenta ya había salido de la habitación. No podía permitir que la institutriz
la encontrara, teníamos prohibido salir de la habitación por las noches. Pude encontrarla en el pasillo.
–Lena,
volvamos a la cama. –Escuché unos pasos que hicieron que nos escondiéramos y
que Lena despertara.
–¿Qué
está pasando? ¿Qué hacemos aquí?
–Tranquila,
estabas sonámbula. –La calmé. –Ahora silencio…
Elena
pasó por el pasillo entonces para colarse en la habitación de la asistenta,
cuando salió llevaba en su mano un cuchillo ensangrentado.
–Tenemos
que avisar a papá. –Dijo Lena. Tenía razón, esto había llegado demasiado lejos.
Una vez que Elena se alejó corrimos a la habitación de papá, pero no estaba.
Escuchamos
unos pasos de nuevo y temiendo que no fuera nuestro padre el que entrara por
esa puerta nos escondimos en el armario.
Entraron
juntos, besándose, quitándose la ropa. No podíamos creer que nuestro padre
tuviera una relación con la institutriz, pero ahora entendíamos su sumisión.
Mi
padre se giró un momento para quitarse los pantalones, cuando ella sacó de nuevo
el cuchillo para apuñalarle.
–¡Alto!
–Gritó Lena saliendo del armario. Mi padre al ver a la desnuda mujer con el
cuchillo intentó golpearla para desarmarla pero ella, hábil, logró esquivarle.
–Ya
sabéis todos mi secreto –dijo con una risa enloquecida. –Sí, soy una asesina,
soy Jazmín, o en otros pueblos María, o como aquí Elena. Pero sea quien sea, me
llame como me llame mataré, siempre mataré.
–Hijos,
recordad siempre que os quiero y perdonadme por este error. Ahora corred. –Esas
fueron las últimas palabras de mi padre, quién se abalanzó hacía aquella
horrible mujer para ser cruelmente apuñalado.
Con
lágrimas en los ojos y tirando de mi hermana salimos corriendo de nuestra casa
mientras la institutriz apuñalaba una y otra vez a ya el cuerpo sin vida de
nuestro padre.
Lejos
de allí pudimos emprender una nueva vida, aunque fue difícil superarlo jamás
nos abandonamos el uno al otro y eso nos hacía fuertes. Solo rezamos por qué
nuestro padre descansara en paz y aquella horrible asesina no volviera a
encontrarnos nunca más.
Vivir
sin miedo era difícil, si una nueva llegada tenía por nombre Jazmín, María o
Elena el pulso se nos aceleraba pues jamás se supo dónde se fue ese demonio ni
dónde se esconde, solo se supo y se contó la historia de Jazmín, la asesina
institutriz.
Me ha gustado tu relato, cuando comence a leerlo pense que te ibas de la idea del micro pero cuando he leido lo de institutriz me di cuenta por donde querias ir. Aunque luego al final le matas al padre. Me ha gustado por lo inesperado, las descripciones las bordas. Un abrazo.
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